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estaban en paz los huéspedes con el ventero, pues por persuasión y buenas razones de don Quijote, más que por amenazas, le habían pagado todo lo que él quiso, y los criados de don Luis aguardaban el fin de la plática del oidor y la resolución de su amo; cuando el demonio, que no duerme, ordenó que en aquel mismo punto entró en la ventana el barbero á quien don Quijote quitó el yelmo de Mambrino, y Sancho Panza los aparejos del asno, que trocó con los del suyo; el cual barbero, llevando su jumento á la caballeriza, vió á Sancho Panza que estaba aderezando no sé qué de la albarda, y así como la vió la conoció, y se atrevió á arremeter á Sancho, diciendo:

—¡Ah, don ladrón, que aquí os tengo! ¡ venga mi bacía y mi albarda con todos mis aparejos que me robaste 1 Sancho, que se vió acometer tan de improviso, y oyó los vituperios que le decían, con la una mano asió de la albarda, y con la otra dió un mojicón al barbero, que le bañó los dientes en sangre; pero no por esto dejó el barbero la presa que tenía hecha en la albarda, antes alzó la voz de tal manera, que todos los de la venta acudieron al ruido y pendencia, y decía:

—Aquí del rey y de la justicia, que sobre robar mi hacienda me quiere matar este ladrón salteador de caminos.

—Mentís, respondió Sancho, que no soy salteador de caminos, que en buena guerra ganó mi sefor don Quijote estos despojos.

Ya estaba don Quijote delante con mucho contento de ver cuán bien se defendía y ofendía su escudero, y túvole desde allí adelante por hombre de pro, y propuso en su corazón de armarle caba-