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darle licencia de acorrer y socorrer al castellano de aquel castillo, que estaba puesto en una grave mengua. La princesa se la dió de buen talante, y él luego abrazando su adarga y poniendo mano á su espada acudió á la puerta de la venta, adonde aún todavía traían los huéspedes á mal traer al ventero; pero así como llegó, embrazó y se estuvo quedo, aunque Maritornes y la ventera le decían que en qué se detenía, que socorriese á su señor y marido.

—Deténgome, dijo don Quijote, porque no me es lícito poner mano á la espada contra gente escuderil; pero llamadme aquí á mi escudero Sancho, que á él toca y atañe esta defensa y venganza.

Esto pasaba en la puerta de la venta, y en ella andaban las puñadas y mojicones muy en su punto, todo en daño del ventero y en rabia de Maritornes, la ventera y su hija, que se desesperaban de ver la cobardía de don Quijote, y de lo mal que lo pasaba su marido, señor y padre. Pero dejémosle aquí que no faltará quien le socorra, ó si no, sufra y calle el que se atreve á más de á lo que sus fuerzas le permiten, y volvámonos atrás cincuenta pasos, á ver qué fué lo que don Luis respondió al oidor, que le dejamos aparte, preguntándole la causa de su venida á pie y de tal vil traje vestido.

A lo cual el mozo, asiéndole fuertemente de las manos, como en señal de que algún gran dolor le apretaba el corazón, y derramando lágrimas en grande abundancia, le dijo:

—Señor mío, yo no sé deciros otra cosa, sino que desde el punto que quiso el cielo y facilitó nuestra, vecindad que yo viese á mi señora doña Clara, hija vuestra y señora mía, desde aquel instante la