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el sobresalto de tener cerca á su amante, y la otra con el deseo de verle, habían podido dormir bien mal aquella noche. Don Quijote, que vió que ninguno de los cuatro caminantes hacía caso dél, ni le respondían á su demanda, moría y rabiaba de despecho y saña; y si él hallara en las ordenanzas de su caballería, que lícitamente podía el caballero andante tomar y emprender otra empresa, habiendo dado su palabra y fe de no ponerse en ninguna hasta acabar la que había prometido, él embistiera con todos, y les hiciera responder, mal de su grado; pero por parecerle no convenirle ni estarle bien comenzar nueva empresa hasta poner á Micomicona en su reino, hubo de callarse y estarse quedo, esperando á ver en qué paraban las diligencias de aquellos caminantes: uno de los cuales halló al mancebo que buscaba durmiendo al lado de un mozo de mulas, bien descuidado de que nadie le buscase, ni menos de que le hallase.

El hombre le trabó del brazo, y le dijo:

—Por cierto, señor don Luís, que responde bien á quien vos sois el hábito que tenéis, y que dice bien la cama en que os hallo al regalo con que vuestra madre os crió.

Limpióse el mozo los soñolientos ojos, y miró de espacio al que le tenía asido, y luego conoció que era criado de su padre, de que recibió tal sobresalto, que no acertó ó no pudo hablarle palabra por un buen espacio; y el criado prosiguió diciendo:

—Aquí no hay que hacer otra cosa, señor don Luís, sino prestar paciencia, y dar la vuelta á casa, si ya vuestra merced no gusta que su padre y mi señor la dé al otro mundo; porque no se puede