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pero sé que decís disparates en llamar castillo á esta venta.

—Castillo es, respondió don Quijote, y aun de los mejores de toda esta provincia, y gente tiene dentro que ha tenido cetro en la mano y corona en la cabeza.

—Mejor fuera al revés, dijo el caminante, el cetro en la cabeza y la corona en la mano: y será, si á mano viene, que debe de estar dentro alguna compañía de representantes, de los cuales es tener á menudo esas coronas y cetros que decís, porque en una venta tan pequeña, y adonde se guarda tanto silencio como ésta, no creo yo que se alojen personas dignas de corona y cetro.

—Sabéis poco del mundo, replicó don Quijote, pues ignoráis los casos que suelen acontecer en la caballería andante.

Cansábanse los compañeros que con el preguntan te venían del coloquio que con don Quijote pasaba, y así tornaron á llamar con grande furia; y fué de modo, que el ventero despertó y aun todos cuantos en la venta estaban, y así se levantó á preguntar quién llamaba. Sucedió en este tiempo, que una de las cabalgaduras en que venían los cuatro que llamaban, se llegó á oler á Rocinante, que melancólico y triste, con las orejas caídas, sostenía sin moverse á su estirado señor, y como en fin era de carne, aunque parecía de leño, no pudo dejar de resentirse, y tornar á oler á quien le llegaba á hacer caricias; y así no se hubo movido tanto cuanto, cuando se desviaron los juntos pies de don Quijote, y resbalando de la silla, dieran con él en el suelo, á no quedar colgado del brazo: cosa que le causó tanto dolor, que creyó ó que la DON QUIJOTE . 8 TOMO II

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