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to alguno puesto que de la paciencia y quietud de Rocinante bien se podía esperar que estaría sin moverse un siglo entero. En resolución, viéndose don Quijote atado, y que ya las damas se habían ido, se dió á imaginar que todo aquello se hacía por vía de encantamento, como la vez pasada cuando en aquel mismo castillo le molió aquel moro encantado del arriero; y maldecía entre sí su poca discreción y discurso, pues habiendo salido tan mal la vez primera de aquel castillo, se había aventurado á entrar en él la segunda, siendo advertimiento de caballeros andantes, que cuando han probado una aventura, y no salido bien con ella, es señal que no está para ellos guardada, sino para otros, y así no tienen necesidad de probarla segunda vez. Con todo esto tiraba de su brazo por ver si podía soltarse, mas él estaba tan bien asido, que todas sus pruebas fueron en vano. Bien es verdad que tiraba con tiento, porque Rocinante no se moviese, y aunque él quisiera sentarse y ponerse en la silla, no podía sino estarse en pie ó arrancarse la mano. Allí fué el desear de la espada de Amadís, contra quien no tenía fuerza encantamento alguno; allí fué el maldecir de su fortuna; allí fué el exagerar la falta que haría en el mundo su presencia el tiempo que allí estuviese encantado, que sin duda alguna se había creído que lo estaba; allí el acordarse de nuevo de su querida Dulcinea del Toboso; allí fué el llamar á su buen escudero Sancho Panza, que sepultado en sueño y tendido sobre la albarda de su jumento no se acordaba en aquel instante de la madre que lo había parido: allí llamó á los sabios Ligardeo y Alquife, que le ayudasen; allí invocó á su buena amiga Urganda, que le socorriese; y finalmente