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109 ro, á quien tiene amor imposibilitado de poder entregar su voluntad á otra que aquella que en el punto que sus ojos la vieron, la hizo señora absoluta de su alma! Perdonadme, buena señora, y recogeos en vuestro aposento, y no queráis con significarme más vuestros deseos, que yo me muestre más desagradecido; y si del amor que me tenéis, halláis en mí otra cosa con que satisfaceros que el mismo amor no sea, pedídmela, que yo os juro por aquella ausente enemiga dulce mía, de dárosla encontinente, si bien me pidiésedes unaguedeja de los cabellos de Medusa, que eran todos culebras, ó ya los mismos rayos del sol encerrados en una redoma.

—No menester nad deso mi señora, se caballero, dijo á este punto Maritornes.

—Pues qué ha menester, discreta dueña, vuestra señora? respondió don Quijote.

—Solo una de vuestras hermosas manos, dijo Maritornes, por poder desfogar con ella el gran deseo que á este agujero le ha traído, tan á peligro de su honor, que si su padre la hubiera sentido, la menor tajada fuera la oreja.

—Ya quisiera yo ver eso, respondió don Quijote; pero él se guardará bien deso, si ya no quiere hacer el más desastroso fin que padre hizo en el mundo, por haber puesto las manos en los delicados miembros de su enamorada hija.

Parecióle á Maritornes que sin duda don Quijote daría la mano que le había pedido, y proponiendo en su pensamiento lo que había de hacer, se bajó del agujero y se fué á la caballeriza, donde tomó el cabestro del jumento de Sancho Panza y con mucha presteza se volvió á su agujero, á tiempo que don Quijote se había puesto de pies sobre