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dar á mis penas, qué sosiego á mi cuidado, y finalmente qué vida á mi muerte, y qué premio á mis servicios. Y tú, sol, que ya debes de estar apriesa ensillando tus caballos por madrugar y salir á ver á mi señora, así como la veas, suplícote que de mi parte la saludes, pero guardate que al verla y saludarla no le des paz en el rostro, que tendré más celos de tí que tú los tuviste de aquella ligera ingrata que tanto te hizo sudar y correr por los llanos de Tesalia, ó por las riberas de Peneo, que no me acuerdo bien por dónde corriste entonces celoso y enamorado.alterve ARE

ah A este punto llegaba entonces don Quijote en su tan lastimero razonamiento, cuando la hija de la ventera le comenzó á cocear y á decirle: Señor mío, lléguese acá la vuestra merced, si es servido. A cuyas señas y voz volvió don Quijote la cabeza, y vió á la luz de la luna, que entonces estaba en toda su claridad, cómo le llamaban del agujero que á él le pareció ventana, y aun con rejas doradas, como conviene que las tengan tan ricos castillos como él se imaginaba que era aquella venta. Y luego en el instante se le representó en su loca imaginación, que otra vez, como la pasada, la doncella fermosa, hija de la señora de aquel castillo, vencida de su amor tornaba á soli citarle; y con este pensamiento, por no mostrarse descortés y desagradecido, volvió las riendas á Rocinante, y se llegó al agujero, y así como vió á las dos mozas, dijo:

—Lástima os tengo, fermosa señora, de que háyades puesto vuestras amorosas mientes en parte donde no es posible corresponderos conforme merece vuestro gran valor y gentileza; de lo que no debéis dar culpa á ese miserable andante caballe-