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Sosegáronse con esto, y en toda la venta se guardaba un grande silencio: solamente no dormían la hija de la ventera y Maritornes su criada, las cuales, como ya sabían el humor de que pecaba don Quijote, y que estaba fuera de la venta armado y á caballo, haciendo la guardia, determinaron las dos de hacelle alguna burla, ó á lo menos de pasar un poco de tiempo oyéndole sus disparates.

Es pues el caso, que en toda la venta no había ventana que saliese al campo, sino un agujero de un pajar, por donde echaban la paja por de fuera. A este agujero se pusieron las dos semidoncellas y vieron que, don Quijote estaba á caballo recostado sobre su lanzón, dando de cuando en cuando tan dolientes y profundos suspiros que parecía que con cada uno se le arrancaba el alma.

Y asimismo oyeron que decía con voz blanda, regalada y amorosa:

—¡Oh mi señora Dulcinea del Toboso, extremo de toda hermosura, fin y remate de la discreción, archivo del mejor donaire, depósito de la honestidad, y últimamente, idea de todo lo provechoso, honesto y deleitable que hay en el mundo! ¿ qué fará agora la tu merced? ¿Si tendrás por ventura las mientes en tu cautivo caballero, que á tantos peligros, por sólo servirte, de su voluntad ha querido ponerse? Dame tú nuevas de ella, joh luminaria de las tres caras ! quizá con envidia de la suya la estás ahora mirando, que, ó pasándose por alguna galería de sus suntuosos palacios, ó ya puesta de pechos sobre algún balcón, está considerando cómo, salva su honestidad y grandeza, ha de amansar la tormenta que por ella este mi cuitado corazón padece, qué gloria ha de