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de nuestros deseos. En mi vida le he hablado palabra, y con todo eso le quiero de manera que no he de poder vivir sin él. Esto es, señora mía, todo lo que os puedo decir deste músico, cuya voz tanto os ha contentado, que en sólo ella echaréis de ver que no es mozo de mulas como decís, sino señor de almas y lugares como ya os he dicho.

—No digáis más, señora doña Clara, dijo á esta sazón Dorotea, y esto besándola mil veces: no digáis más, digo, y esperad que venga el nuevo día, que yo espero en Dios de encaminar de manera vuestros negocios, que tengan el felice fin que tan honestos principios merecen.

Ay señora! dijo doña Clara, ¿qué fin se puede esperar, si su padre es tan principal y tan rico, que le parecerá que aun yo puedo ser criada de su hijo: cuanto más esposa? Pues casarme yo á hurto de mi padre, no lo haré por cuanto hay en el mundo: no querría sino que este mozo se volviese y me dejase; quizá con no velle y con la gran distancia del camino que llevamos, se me aliviará la pena que ahora llevo, aunque sé decir que este remedio que me imagino, me ha de aprovechar bien poco. No sé qué diablos ha sido esto, ni por dónde se ha entrado este amor que le tengo, siendo yo tan muchacha, y él tan muchacho, que en verdad que creo que somos de una edad misma, y que yo no tengo cumplidos diez y seis años, que para el día de San Miguel que vendrá dice mi padre que los cumplo.

No pudo dejar de reirse Dorotea, oyendo cuán como niña hablaba doña Clara, á quien dijo:

—Reposemos, señora, lo poco que creo que queda de la noche, y amanecerá Dios, y medraremos, ó mal me andarán las manos.