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Que amor sus glorias venda caras es gran razón, y es trato justo:

pues no hay más rica prenda que la que se quilata por su gusto; y es cosa manifiesta, que no es de estima lo que poco cuesta.

Amorosas porfías tal vez alcanzan imposibles cosas; y ansí aunque con las míassigo de amor las más dificultosas, ni por eso recelo de no alcanzar desde la tierra el cielo.

Aquí dió fin la voz, y principió á nuevos sollozos Clara. Todo lo cual encendía el deseo de Dorotea, que deseaba saber la causa de tan suave canto y de tan triste lloro, y así le volvió á preguntar, qué era lo que le quería decir denantes. Entonces Clara, temerosa de que Luscinda no la oyese, abrazando estrechamente á Dorotea, puso su boca tan junto al oído de Dorotea, que seguramente podía hablar sin ser de otro sentida, y así le dijo:

—Este que canta, señora mía, es hijo de un caballero natural del reino de Aragón, señor de dos lugares, el cual vivía frontero, de la casa de mi padre en la corte. Y aunque mi padre tenía las ventanas de su casa con lienzos en el invierno y celosías en el verano, yo no sé lo que fué ni lo que no, que este caballero, que andaba al estudio, me vió, no sé si en la iglesia ó en otra parte: finalmente, él se enamoró de mí, y me lo dió á entender desde las ventanas de su casa con tantas señas y con tantas lágrimas, que yo le hube de creer, y aun querer, sin saber lo que quería. Entre las señas que me hacía, era una de juntarse la una mano