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—¿Qué es lo que dices, niña? Mira que dicen que el que canta es un mozo de mulas.

—No es sino señor de lugares, respondió Clara, y el que él tiene en mi alma con tanta seguridad, que si él no quiere dejalle, no le será quitado eternamente.

Admirada quedó Dorotea de las sentidas razones de la muchacha, pareciéndole que se aventajaban en mucho á la discreción que sus pocos años prometían, y así le dijo:

—Habláis de modo, señora Clara, que no puedo entenderos: declaraos más, y decidme ¿qué es lo que decís de alma y de lugares, y deste músico cuya voz tan inquieta os tiene? Pero no digáis nada por ahora, que no quiero perder, por acudir á vuestro sobresalto, el gusto que recibo de oir al que canta, que me parece que con nuevos versos y nuevo tono torna á su canto.

—Sea en buen hora, respondió Clara, y por no oflle se tapó con las manos entrambos oídos, de lo que también se admiró Dorotea, la cual estando atenta á lo que se cantaba, vió que proseguían desta manera:

Dulce esperanza mía, que rompiendo imposibles y malezas, sigues firme la vía que tú misma te finges y aderezas:

no te desmaye el verte á cada paso junto al de tu muerte.

No alcanzan perezosos honrados triunfos ni vitoria alguna; ni pueden ser dichosos los que no contrastando á la fortuna, entregan desvalidos al ocio blando todos los sentidos,