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hermano le habían dado, que todos los que le oían le acompañaban en dar muestras del sentimiento que tenían de su lástima. Viendo pues el cura, que tan bien había salido con su intención y con lo que deseaba el capitán, no quiso tenerlos á todos más tiempo tristes, y así se levantó de la mesa, y entrando donde estaba Zoraida, la tomó por la mano, y tras ella se vinieron Luscinda, Dorotea y la hija del oidor. Estaba esperando el capitán á ver lo que el cura quería hacer, que fué que tomándole á él asimismo de la otra mano, con entrambos á dos se fué donde el oidor y los demás caballeros estaban, y dijo:

—Cesen, señor oidor, vuestras lágrimas, y cólmese yuestro deseo de todo el bien que acertare desearse, pues tenéis delante á vuestro buen hermano y á vuestra buena cuñada: éste que aquí véis, es el capitán Viedma, y ésta la hermosa mora que tanto bien le hizo; los franceses que os dije, los pusieron en la estrecheza que veis, para que vos mostréis la liberalidad de vuestro buen pecho.

Acudió el capitán á abrazar á su hermano, y él le puso las manos en los pechos por mirarle algo más apartado; mas cuando le acabó de conocer, le abrazó tan estrechamente, derramando tan tiernas lágrimas de contento, que los más de los que presentes estaban le hubieron de acompañar en ellas. Las palabras que entrambos hermanos se dijeron, los sentimientos que mostraron, apenas creo que pueden pensarse, cuanto más escribirse. Allí en breves razones se dieron cuenta de sus sucesos, allí mostraron puesta en su punto la buena amistad de dos hermanos, allí abrazó el oidor á Zoraida, allí la ofreció su hacienda, allí hizo