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el grado que me veis. Mi menor hermano está en el Perú, tan rico, que con lo que ha enviado á mi padre y á mí, ha satisfecho bien la parte que él se Îlevó, y aun dado á las manos de mi padre con que poder hartar su liberalidad natural, y yo ansimismo he podido con más decencia y autoridad tratarme en mis estudios, y llegar al puesto en que me veo. Vive aún mi padre muriendo con el deseo de saber de su hijo mayor, y pide á Dios con continuas oraciones no cierre la muerte sus ojos hasta que él vea con vida á los de su hijo: del cual me maravillo, siendo tan discreto, cómo en tantos trabajos y afliciones ó prósperos sucesos se haya descuidado de dar noticia de sí á su padre, que si él lo supiera ó alguno de nosotros, no tuviera necesidad de aguardar al milagro de la caña para alcanzar su rescate; pero de lo que yo agora me temo, es de pensar si aquellos franceses le habrán dado libertad, ó le habrán muerto por encubrir su hurto. Esto todo será que yo prosiga mi viaje, no con aquel contento con que le comencé, sino con toda melancolía y tristeza. ¡Oh, buen hermano mío, y quién supiera agora dónde estás, que yo te fuera á buscar y á librar de tus trabajos, aunque fuera á costa de los míos! ¡Oh, quién llevara nuevas á nuestro viejo padre de que tenías vida, aunque estuvieras en las mazmorras más escondidas de Berbería, que de allí te sacaran sus riquezas, las de mi hermano y las mías! ¡Oh, Zoraida hermosa y liberal, quién pudiera pagar el bien que á mi hermano hiciste ! Quién pudiera hallarse al renacer de tu alma, y á las bodas que tanto gusto á todos nos dieran!

Estas y otras semejantes palabras decía el oidor lleno de tanta compasión con las nuevas que de su