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muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni muchas letras para ser uno gobernador, pues hay por ahí ciento que apenas saben leer, y gobiernan como unos girifaltes :

el toque está en que tengan buena intención y deseen acertar en todo, que nunca les faltará quien les aconseje y encamine en lo que han de hacer, como los gobernadores caballeros y no letrados, que sentencian con asesor. Aconsejaríale yo que ni tomase cohecho ni pierda derecho, y otras cosillas que me quedan en el estómago, que saldrán á su tiempo para utilidad de Sancho y provecho de la insula que gobernare.

A este punto llegaban de su coloquio el duque, la duquesa y don Quijote, cuando oyeron muchas voces y gran rumor de gente en el palacio, y á deshora entró Sancho en la sala, todo asustado, con un cernadero por babador, y tras él muchos mozos, ó por mejor decir pícaros de cocina y otra gente menuda, y uno venía con un artesoncillo de agua, que en la color y poca limpieza mostraba ser de fregar: seguíale y perseguíale el de la artesa, y procuraba con toda solicitud ponérsela y encajársela debajo de las barbas, y otro pícaro mostraba querérselas lavar.

—¿Qué es esto, hermanos? preguntó la duquesa; ¿qué es esto? ¿qué queréis hacer á este buen hombre? ¿cómo? ¿y no consideráis que está electo gobernador?

A lo que respondió el pícaro barbero:

—No quiere este señor dejarse lavar como es usanza, y como se lavó el duque mi señor y el señor su amo.

—Sí quiero, respondió Sancho con mucha cólera, pero querría que fuese con toallas más lim-