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naires, y finalmente sujeto sobre quien puede asentar bien toda la alabanza por hipérbole que sea.

—Así es verdad, dijo el cura; pero nosotros buscaremos por ahí pastoras mañeruelas, que si no nos cuadraren, nos esquinen.

A lo que añadió Sansón Carrasco :

—Y cuando faltaren, darémosles los nombres de las estampadas é impresas de quien está lleno el mundo, Filidas, Amarilis, Dianas, Fléridas, Galateas, y Belisardas, que pues las venden en las plazas, bien las podemos comprar nosotros, y tenerlas por nuestras. Si mi dama (ó por mejor decir mi pastora) por ventura se llamare Ana, la celebraré debajo del nombre de Anarda, y si Francisca, la llamaré yo Francenia, y si Lucía, Lucinda, que todo se sale allá; y Sancho Panza, si es que ha de entrar en esta cofradía, podrá celebrar á su mujer Teresa Panza con el nombre de Teresaina.

Rióse don Quijote de la aplicación del nombre, y el cura le alabó infinito su honesta y honrada resolución, y se ofreció de nuevo á hacerle compañía todo el tiempo que le vacase de atender á sus forzosas obligaciones. Con esto se despidieron dél, y le rogaron y aconsejaron tuviese cuenta con su salud, con regalarse lo que fuese bueno. Quiso la suerte que su sobrina y el ama oyeron la plática de los tres; y así como se fueron, se entraron entrambas con don Quijote, y la sobrina le dijo:

—¿Qué es esto, señor tío? ahora que pensábamos nosotras que vuesa merced volvía á reducirse en su casa, y pasar en ella una vida quieta y honrada, se quiere meter en nuevos laberintos haciéndose pastorcillo tú que vienes, pastorcico tú que vas: pues en verdad que está ya duro el alcacer para zampoñas.