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—Tan en hora mala supistes vos rebuznar, Sancho; y dónde hallastes vos ser bueno el nombrar la soga en casa del ahorcado? A música de rebuznos ¿qué contrapunto se había de llevar sino de varapalos? Y dad gracias á Dios, Sancho, que ya que os santiguaron con un palo, no os hicieron el «per signum crucis» con un alfanje.

—No estoy para responder, respondió Sancho, porque me parece que hablo por las espaldas; subamos y apartémonos de aquí, que yo pondré silencio en mis rebuznos; pero no en dejar de decir que los caballeros andantes huyen, y dejan á sus buenos escuderos molidos como alheña ó como cibera en poder de sus enemigos.

—No huye el que se retira, respondió don Quijote; porque has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda sobre la base de la prudencia, se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen á la buena fortuna que á su ánimo; y así yo confieso que me he retirado, pero no huído, y en esto he imitado á muchos valientes que se han guardado para tiempos mejores, y desto están las historias llenas, las cuales por no serte á ti de provecho ni á mí de gusto, no te las refiero ahora.

En esto ya estaba á caballo Sancho, ayudado de don Quijote, el cual asimismo subió en Rocinante, y poco a poco se fueron á emboscar en una alameda á que hasta un cuarto de legua de allí se parecía. De cuando en cuando daba Sancho unos ayes profundísimos y unos gemidos dolorosos; y preguntándole don Quijote la causa de tan amargo sentimiento, respondió que desde la punta del espinazo hasta la nuca del celebro le dolía de manera que le sacaba de sentido.