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desviados del camino estaban, donde dejando vacías la silla y albarda de Rocinante y el rucio, se tendieron sobre la verde yerba, y cenaron del repuesto de Sancho, el cual haciendo del cabestro y de la jáquima del rucio un poderoso y flexible azote, se retiró hasta veinte pasos de su amo entre unas hayas. Don Quijote, que le vió ir con denuedo y con brío, le dijo:

—Mira, amigo, que no te hagas pedazos, da lugar que unos azotes guarden á otros, no quieras apresurarte tanto en la carrera, que en la mitad della te falte el aliento: quiero decir, que no te dés tan recio, que te falte la vida antes de llegar al número deseado; y porque no pierdas por cartas ni de más ni de menos, yo estaré desde aparte contando por este rosario los azotes que te dieres. Favorézcate el cielo conforme tu buena intención merece.

1 —Al buen pagador no le duelen prendas, respondió Sancho; yo pienso darme de manera, que sin matarme me duela, que en esto debe consistir la substancia deste milagro.

Desnudóse luego de medio cuerpo arriba, y arrebatando el cordel comenzó á darse, y comenzó don Quijote á contar los azotes. Hasta seis ú ocho se habría dado Sancho, cuando le pareció ser pesada la burla, y muy barato el precio della, y deteniéndose un poco, dijo á su amo que se llamaba á engaño, porque merecía cada azote de aquellos ser pagado á medio real, no que á cuartillo.

—Prosigue, Sancho amigo, y no desmayes, le dijo don Quijote, que yo doblo la parada del precio.

—Dese modo, dijo Sancho, á la mano de Dios,