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lo en la uña, y así no hay más que hacer sino dejarse llevar por lo que él dijere, y sobre mí si lo erraren: cuanto más que ello se está dicho que es necedad correrse por sólo oir un rebuzno, que yo me acuerdo cuando muchacho que rebuznaba cada y cuando que se me antojaba, sin que nadie me fuese á la mano, y con tanta gracia y propiedad, que en rebuznándo yo rebuznaban todos los asnos del pueblo, y no por eso dejaba de ser hijo de mis padres, que eran honradísimos; y aunque por esa habilidad era envidiado de más de cuatro de los estirados de mi pueblo, no se me daba dos ardites; y porque se vea que digo verdad, esperen y escuchen, que esta ciencia es como la del nadar, que una vez aprendida nunca se olvida; y luego puesta la mano en las narices comenzó á rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron; pero uno de los que estaban junto á él, ereyendo que hacía burla dellos, alzó un varapalo que en la mano tenía, y dióle tal golpe con él, que sin ser poderoso á otra cosa dió con Sancho Panza en el suelo.

Don Quijote, que vió tan mal parado á Sancho, arremetió al que le había dado con la lanza sobre mano, pero fueron tantos los que se pusieron en medio, que no fué posible vengarle; antes viendo que llovía sobre él un nublado de piedras, y que le amenazaban mil encaradas ballestas y no menos cantidad de arcabuces, volviendo las riendas á Rocinante, y á todo lo que su galope pudo, se salió de entre ellos, encomendándose de todo corazón á Dios, que de aquel peligro le librase, temiendo á cada paso no le entrase alguna bala por las espaldas y le saliese al pecho, y á cada punto se recogía el aliento por ver si le faltaba; pero los