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cerca de tierra, y conoció que estaba en la marina el virrey de la ciudad. Mandó echar el esquife para traerle, y mandó amainar la enténa para ahorcar luego al arraez y á los demás turcos que en el bajel había cogido, que serían hasta treinta y seis personas, todos gallardos, y los más escopeteros turcos. Preguntó el general quién era el arraez del bergantín, y fuéle respondido por uno de los cautivos en lengua castellana (que después pareció ser renegado español):

—Este mancebo, señor, que aquí ves, es nuestro arraez; y mostróle uno de los más bellos y gallardos mozos que pudiera pintar la humana imaginación. La edad, al parecer, no llegaba á veinte años. Preguntóle el general:

—Dime, mal aconsejado perro, ¿quién te movió á matarme mis soldados, pues veías ser imposible el escaparte? ¿Este respeto se guarda á los capitanes? ¿No sabes tú que no es valentía la temeridad? Las esperanzas dudosas han de hacer á los hombres atrevidos, pero no temerarios.

Responder quería el arraez, pero no pudo el general oir por entonces la respuesta por acudir á recebir al virrey, que ya entraba en la galera, con el cual entraron algunos de sus criados y algunas personas del pueblo.

—Buena ha estado la caza, señor general, dijo el virrey.

—Y tan buena respondió el general, cual la verá vuestra excelencia agora colgada desta entena.

¿Cómo ansí? replicó el virrey.

—Porque me han muerto, respondió el general, contra toda ley y contra toda razón y usanza de guerra, dos soldados de los mejores que en estas