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341 los que se los bañaron. Volvió de su desmayo Claudia; pero no de su parasismo don Vicente, porque se le acabó la vida. Visto lo cual de Claudia, habiéndose enterado que ya su dulce esposo no vivía, rompió los aires con suspiros, hirió los cielos con quejas, maltrató sus cabellos, entregándolos al viento, afeó su rostro con sus propias manos, con todas las muestras de dolor y sentimiento, que de un lastimado pecho pudieran imaginarse.

¡Oh cruel é inconsiderada mujer, decía, con qué facilidad te moviste á poner en ejecución tan mal pensamiento! ¡Oh fuerza rabiosa de los celos, á qué desesperado fin conducís á quien os da acogida en su pecho! ¡Oh esposo mío, cuya desdichada suerte por ser prenda mía te ha llevado del tálamo á la sepultura I Tales y tan tristes eran las quejas de Claudia, que sacaron las lágrimas de los ojos de Roque, no acostumbrados á verterlas en ninguna ocasión. Lloraban los criados, desmayábase á cada paso Claudia, y todo aquel círculo parecía campo de tristeza y lugar de desgracia. Finalmente, Roque Guinart ordenó á los criados de don Vicente que llevasen su cuerpo al lugar de su padre, que estaba allí cerca, para que le diesen sepultura.

Claudia dijo á Roque que quería irse á un monasterio, donde era abadesa una tía suya, en el cual pensaba acabar la vida, de otro mejor esposo y más eterno acompañada. Alabóla Roque su buen propósito, ofreció de acompañarla hasta donde quisiese, y de defender á su padre de los parientes de don Vicente y de todo el mundo, si ofenderle quisiesen. No quiso su compañía Claudia en ninguna manera, y agradeciendo sus ofrecimientos con las mejores razones que supo, se despidió dél llorando. Los criados de don Vicente llevaron an