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las tiendas, hallaron las mesas puestas, ricas, abundantes y limpias: honraron á don Quijote dándole el primer lugar en ellas: mirábanle todos y admirábanse de verle. Finalmente, alzados los manteles, con gran reposo alzó don Quijote la voz, y dijo:

— —Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome á lo que suele decirse que de los desagradecidos está lleno el infierno. Este pecado en cuanto me ha sido posible, he procurado yo huir desde el instante que tuve uso de razón, y si no puedo pagar las buenas obras, pongo en su lugar los deseos de hacerlas, y cuando éstos no bastan, las publico, porque quien dice y publica las buenas obras que recibe, también las recompensara con otras si pudiera; porque por la mayor parte los que reciben son inferiores á los que dan, y así es Dios sobre todos, porque es dador sobre todos, y no pueden corresponder las dádivas del hombre á las de Dios con igualdad, por infinita distancia; y esta estrecheza y cortedad en cierto modo la suple el agradecimiento. Yo pues, agradecido á la merced que aquí se me ha hecho, no pudiendo corresponder á la misma medida, conteniéndome en los estrechos límites de mi poderío, ofrezco lo que puedo y lo que tengo de mi cosecha; y así digo que sustentaré dos días naturales, en metad dese camino real que va á Zaragoza, que estas señoras zagalas contrahechas que aquí están, son las más hermosas doncellas y más corteses que hay en el mundo, excetando sólo á la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis pensamientos, con paz sea dicho de cuantos y cuantas me escuchan. Oyendo lo cual Sancho, que