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ñía le agradaba más que ser gobernador de todas las ínsulas del mundo. Sucedió pues, que no habiéndose alongado mucho de la insula del su gobierno (que él nunca se puso á averiguar si era insula, ciudad, villa ó lugar la que gobernaba), vió que por el camino por dónde él iba, venían seis peregrinos con sus bordones, destos estranjeros que piden la limosna cantando, los cuales en llegando á él se pusieron en ala, y levantando las voces todos juntos, comenzaron á cantar en su lengua lo que Sancho no pudo entender, sino fué una palabra que claramente pronunciaba limosna, por donde entendió que era limosna la que en su canto pedían; y como él, según dice Cide Hamete, era caritativo además, sacó de sus alforjas medio pan y medio queso, de que venía proveído, y dióselo diciéndoles por señas que no tenía otra cosa que darles. Ellos lo recibieron de muy buena gana, y dijeron :

—Güelte, güelte.

—No entiendo, respondió Sancho, qué es lo que me pedís, buena gente.

Entonces uno dellos sacó una bolsa del seno, y mostrósela á Sancho, por donde entendió que le pedían dineros, y él poniéndose el dedo pulgar en la garganta, y estendiendo la mano arriba les dió á entender que no tenía ostugo de moneda, y picando al rucio rompió por ellos; y al pasar, habiéndole estado mirando uno dellos con mucha atención, arremetió á él echándole los brazos por la cintura, y en voz alta y muy castellana dijo:

—Válame Dios, ¿qué es lo que veo? ¿es posible que tengo en mis brazos á mi caro amigo, al mi buen vecino Sancho Panza? Si tengo sin duda, porque yo ni duermo, ni estoy ahora borracho.