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24— creyendo que es algún pasajero, con quien pasó todas aquellas razones y coloquios de aquel romance que dicen:

Caballero, si á Francia ides, por Gaiferos preguntad.

Las cuales no digo yo ahora, porque de la prolijidad se suele engendrar el fastidio: basta ver como don Gaiferos se descubre, y por los ademanes alegres que Melisendra hace se nos da á entender que ella le ha conocido, y más ahora que vemos se descuelga del balcón para ponerse en las ancas del caballo de su buen esposo. Mas jay sin ventura que se le ha asido una punta de faldellín de uno de los hierros del balcón, y está pendiente en el aire sin poder llegar al suelo. Pero veis como el piadoso cielo socorre en las mayores necesidades, pues llega don Gaiferos, y sin mirar si se rasgará ó no el rico faldellín, ase de ella, mal su grado la hace bajar al suelo, y luego de un brinco la pone sobre las ancas de su caballo á horcajadas como hombre, y la manda que se tenga fuertemente y le eche los brazos por las espaldas, de modo que los cruce en el pecho porque no se caiga, á causa de que no estaba la señora Melisendra acostumbrada á semejantes caballerías. Veis también como los relinchos del caballo dan señales que va contento con la valiente y hermosa carga que lleva en su señor y en su señora. Veis como vuelven las espaldas y salen de la ciudad, y alegres y regocijados toman de París la vía. Vais en paz, oh par sin par de verdaderos amantes; lleguéis á salvamento á vuestra deseada patria, sin que la fortuna ponga estorbo en vuestro felice viaje; los ojos de vuestros amigos y parien-