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dose acaso con el cura y Sansón Carrasco, comenzó á bailar y á decir:

—A fe, que agora no hay pariente pobre, gobiernito tenemos, no sino tómese conmigo la más pintada hidalga, que yo la pondré como nueva.

—¿Qué es esto, Teresa Panza? ¿ qué locuras son estas y qué papeles son esos?

—No es otra la locura, sino que estas son cartas de duquesas y de gobernadores, y estos que traigo al cuello son corales finos, las avemarías y los padrenuestros son de oro de martillo y yo soy gobernadora.

—De Dios en ayudo no os entendemos, Teresa, ni sabemos lo que os decís.

—Ahí lo podrán ver ellos, respondió Teresa, y dióles las cartas.

Leyólas el cura de modo que las oyó Sansón Carrasco; y Sansón y el cura se miraron el uno al otro como admirados de lo que habían leído, y preguntó el bachiller quién había traído aquellas cartas; respondió Teresa que se vinieran con ella á su casa, y verían el mensajero, que era un mancebo como un pino de oro, y que le traía otro presente, que valía más de tanto. Quitóle el cura los corales del cuello, y mirólos y remirólos, y certificándose que eran finos, torno á admirarse de nuevo, y dijo:

—Por el hábito que tengo, que no sé qué me diga ni qué me piense destas cartas y destos presentes:

por una parte veo y toco la fineza destos corales, y por otra leo que una duquesa envía á pedir dos docenas de bellotas.

—Aderézame esas medidas, dijo entonces Carrasco: agora bien, vamos á ver al portador deste pliego, que dél nos informaremos de las dificulta des que se nos ofrecen.