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se, que estaba en piernas y desgreñada, saltó delante de la cabalgadura del paje, y dijo:

—Venga vuesa merced, que á la entrada del pueblo está nuestra casa, y mi madre en ella con harta pena por no haber sabido muchos días ha de mi señor padre.

1 —Pues yo se las llevo tan buenas, dijo el paje, que tiene que dar bien gracias á Dios por ellas.

Finalmente saltando, corriendo y brincando, llegó al pueblo la muchacha, y antes de entrar en su casa dijo á voces desde la puerta: Salga madre Teresa, salga, salga, que viene aquí un señor que trae cartas y otras cosas de mi buen padre; á cuyas voces salió Teresa Panza su madre hilando un copo de estopa, con una saya parda. Parecía, según era de corta, que se la habían cortado por vergonzoso lugar, con un corpezuelo asimismo pardo y una camisa de pechos. No era muy vieja, aunque mostraba pasar de los cuarenta; pero fuerte, tiesa, nervuda y avellanada, la cual viendo á su hija y al paje á caballo, le dijo:

—¿Qué es esto, niña, qué señor es este?

—Es un servidor de mi señora doña Teresa Panza, respondió el paje; y diciendo y haciendo se arrojó del caballo, y se fué con mucha humildad á ponerse de hinojos ante la señora Teresa, diciendo:

Deme vuesa merced sus manos, mi señora doña Teresa, bien así como mujer legítima y particular del señor don Sancho Panza, gobernador propio de la insula Barataria.

— Ay señor mío! quítese de ahí, no haga eso, respondió Teresa, que yo no soy nada palaciega, sino una pobre labradora, hija de un estripaterrones, y mujer de un escudero andante, y no de gobernador alguno.