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na en todo el día salid desta insula, desterrado por diez años, so pena si lo quebrantáredes los cumpláis en la otra vida colgándoos yo de una picota ó á lo menos el verdugo por mi mandado; y ninguno me replique, que le asentaré la mano.

1 Desembolsó el uno, recibió el otro, éste se salió de la ínsula, y aquél se fué á su casa, y el gobernador quedó diciendo:

—Ahora yo podré poco, ó quitaré estas casas de juego, que á mi se me trasluce que son muy perjudiciales.

—Esta á lo menos, dijo un escribano, no la podrá vuesa merced quitar, porque la tiene un gran personaje, y más es sin comparación lo que él pierde al año que lo que saca de los naipes: contra esos garitos de menor cuantía podrá vuesa merced mostrar su poder, que son los que más daño hacen y más insolencias encubren, que en las casas de los caballeros principales y de los señores no se atreven los famosos fulleros á usar de sus tretas; y pues el vicio del juego se ha vuelto en ejercicio común, mejor es que se juegue en casas principales, que no en las de algún oficial, donde cogen á un desdichado de media noche abajo y le desuellan vivo.

—Agora, escribano, dijo Sancho, yo sé que hay mucho que decir en eso. Y en esto llegó un corchete, que traía asido á un mozo, y dijo:

—Señor gobernador, este mancebo venía hacia nosotros, y así como columbró la justicia volvió las espaldas y comenzó á correr como un gamo, señal que debe de ser algún delincuente; yo partí tras él, y si no fuera porque tropezó y cayó, no le alcanzara jamás.