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1 hay sufrir el estar junto á ella un momento: y aún mi señora la duquesa... quiero callar que se suele decir que las paredes tienen oídos.

—¿Qué tiene mi señora la duquesa, por vida mía, señora doña Rodríguez? preguntó don Quijote.

—Con ese conjuro, respondió la dueña, no puedo dejar de responder á lo que se me pregunta con toda verdad. ¿Ve vuesa merced, señor don Quijote, la hermosura de mi señora la duquesa, aquella tez de rostro, que no parece sino de una espada acicalada y tersa, aquellas dos mejillas de leche y de carmín, que en la una tiene el sol y en la otra la luna, y aquella gallardía con que va pisando y aun despreciando el suelo, que no parece sino que va derramando salud donde pasa? Pues sepa vuesa merced que lo puede agradecer primero á Dios, y luego á dos fuentes que tiene en las dos piernas, por donde se desagua todo el mal humor de quien dicen los médicos que está llena.

— Santa María ! dijo don Quijote: y es posible que mi señora la duquesa tenga tales desaguaderos? No lo creyera si me lo dijeran frailes descalzos; pero pues la señora doña Rodríguez lo dice, debe de ser así; pero tales fuentes y en tales lugares no deben de manar humor, sino ámbar líquido. Verdaderamente que ahora acabo de creer que esto de hacerse fuentes debe de ser cosa importante para la salud.

Apenas acabó don Quijote de decir esta razón, cuando con un gran golpe abrieron las puertas del aposento, y del sobresalto del golpe se le cayó á doña Rodríguez la vela de la mano, y quedó la estancia como boca de lobo, como suele decirse.

Luego sintió la pobre dueña que la asían de la