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CAPITULO XLVIII

De lo que sucedió á don Quijote con doña Rodriguez la dueña de la duquesa, con otros acontecimientos dignos de escritura y de memoria eterna.

A demás estaba mohino y melancólico el mal ferido don Quijote, y vendado el rostro, y señalado, no por la mano de Dios, sino por las uñas de un gato: desdichas anejas á la andante caballería.

Seis días estuvo sin salir en público, en una noche de las cuales estando despierto y desvelado pensando en sus desgracias y en el perseguimiento de Altisidora, sintió que con una llave abrían la puerta de su aposento, y luego imaginó que la enamorada doncella venía para sobresaltar su honestidad, y ponerle en condición de faltar á la fe que guardar debía á su señora Dulcinea del Toboso.

—No, dijo creyendo á su imaginación (y esto con voz que pudiera ser oída), no ha de ser parte la mayor hermosura de la tierra para que yo deje de adorar la que tengo grabada y estampada en la mitad de mi corazón y en lo más escondido de mis entrañas, ora estés, señora mía, transformada en cebelluda labradora, ora en ninfa del dorado Tajo, tejiendo telas de oro y sirgo compuestas, ora te tengan Merlín ó Montesinos donde ellos quisieren, que adonde quiera eres mía, y á do quiera he sido yo y he de ser tuyo.

El acabar estas razones y el abrir de la puerta