Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo III (1908).pdf/196

Esta página no ha sido corregida
— 192 —

—Dadme buen hombre, ese báculo, que le he menester.

—De muy buena gana, respondió el viejo: hele aquí señor, y púsosele en la mano: tomóle Sancho, y dándosele al otro viejo, le dijo:

—Andad con Dios, que ya vais pagado.

—Yo, señor? respondió el viejo, ¿pues vale esa cañaheja diez escudos de oro?

—Sí, dijo el gobernador, ó si no yo soy el más porro del mundo; y ahora se verá si tengo yo caletre para gobernar todo un reino, y mandó que allí delante de todos se rompiese y abriese la caña.

Hízose así, y en el corazón della hallaron diez escudos en oro. Quedaron todos admirados, y tuvieron á su gobernador por un nuevo Salomón.

Preguntáronle de dónde había colegido que en aquella cañaheja estaban aquellos diez escudos, y respondió que de haberle visto dar al viejo que juraba á su contrario aquel báculo en tanto que hacía el juramento y jurar que se los había dado real y verdaderamente, y que en acabando de jurar le había vuelto á pedir el báculo, le vino á la imaginación que dentro dél estaba la paga de lo que pedía: de donde se podía colegir que los que gobiernan, aun sean unos tontos, tal vez los encamina Dios en sus juicios; y más que él había oído contar otro caso como aquel al cura de su lugar, y que él tenía tan gran memoria, que á no olvidársele todo aquello de que quería acordarse, no hubiera tal memoria en toda la insula. Finalmente, el un viejo corrido y el otro pagado se fueron y los presentes quedaron admirados, y el que escribía las palabras, hechos y movimientos de Sancho, no acababa de determinarse si le tendría y pondría por tonto ó por discreto. Luego acabado este pleito