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nes que piedras; pero basta, Dios me entiende, y podrá ser que si el gobierno me dura cuatro días, yo escarde estos dones, que por la muchedumbre deben de enfadar como los mosquitos. Pase adelante con su pregunta el señor mayordomo, que yo responderé lo mejor que supiere, ora se entristezca ó no se entristezca el pueblo.

A este instante entraron en el juzgado dos hombres, el uno vestido de labrador, y el otro de sastre, porque tenía unas tijeras en la mano, y el sastre dijo:

11 —Señor gobernador, yo y este hombre labrador venimos ante vuesa merced en razón que este buen hombre llegó á mi tienda ayer, que yo con perdón de los presentes soy sastre examinado, que Dios sea bendito, y poniéndome un pedazo de paño en las manos me preguntó: Señor, ¿habría en este paño harto para hacerme una caperuza?

Yo tanteando el paño le respondí que sí: él debióse de imaginar, á lo que yo imagino, é imaginé bien, que sin duda yo le quería hurtar alguna parte del paño, fundándose en su malicia y en la mala opinión de los sastres, y replicóme que mira—, se si habría para dos: adivinéle el pensamiento, y díjele que sí, y él, caballero en su primera y dañada intención, fué añadiendo caperuzas, y yo añadiendo síes, hasta que llegamos á cinco caperuzas; y ahora en este punto acaba de venir por ellas; yo se las doy, y no me quiere pagar la hechura, antes me pide que le pague ó vuelva su paño.

—& Es todo esto así, hermano? preguntó Sancho.

—Sí, señor, respondió el hombre; pero hágale vuesa merced que muestre las cinco caperuzas que me ha hecho.

—De buena gana, respondió el sastre, y sacando,