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jote en la soltura de sus puntos; pero consolóse con ver que Sancho le hábía dejado unas botas de camino, que pensó ponerse otro día. Finalmente, él se recostó pensativo y pesaroso, así de la falta que Sancho le hacía, como de la irreparable desgracia de sus medias, á quien tomara los puntos aunque fuera con seda de otro color, que es una de las mayores señales de miseria que un hidalgo puede dar en el discurso de su prolija estrecheza.

Mató las velas, hacía calor y no podía dormir :

levantóse del lecho, y abrió un poco la ventana de una reja que daba sobre un hermoso jardín, y al abrirla sintió y oyó que andaba y hablaba gente en el jardín: púsose á escuchar atentamente, levantaron la voz los de abajo, tanto que pudo oir estas razones :

—No me porfíes, oh Emerencia, que cante, pues sabes que desde el punto que este forastero entró en este castillo y mis ojos le miraron, yo no sé cantar, sino llorar; cuanto más que el sueño de mi señora tiene más de ligero que de pesado, y no querría que nos hallase aquí por todo el tesoro del mundo y puesto caso que durmiese y no despertase, en vano sería mi canto si duerme y no despierta para oirle este nuevo Eneas, que ha llegado á mis regiones para dejarme escarnida.

—No des en eso, Altisidora amiga, respondieron, que sin duda la duquesa y cuantos hay en esta casa duermen, sino es el señor de tu corazón y el despertador de tu alma, porque ahora sentí que abría la ventana de la reja de su estancia, y sin duda debe de estar despierto; canta, lastimada mía, en tono bajo y suave al son de tu arpa, y cuando la duquesa nos sienta le echaremos la culpa del calor que hace.