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178 Al despedirse de los duques les besó las manos y tomó la bendición de su señor, que se la dió con lágrimas, y Sancho la recibió con pucheritos. Deja, lector amable, ir en paz y enhorabuena al buen Sancho, y espera dos fanegas de risa que te ha de causar el saber cómo se portó en su cargo; y en tanto atiende á saber lo que le pasó á su amo aquella noche, que si con ello no rieres, por lo menos desplegarán los labios con risa de jimia, porque los sucesos de don Quijote ó se han de celebrar con admiración ó con risa. Cuéntase pues que apenas se hubo partido Sancho, don Quijote sintió su soledad, y si fuera posible revocarle la comisión y quitarle el gobierno, lo hiciera. Conoció la duquesa su melancolía, y preguntóle que de qué estaba triste, que si era por la ausencia de Sancho, que escuderos, dueñas y doncellas había en su casa, que le servirían muy á satisfación de su deseo.

—Verdad es, señora mía, respondió don Quijote, que siento la ausencia de Sancho; pero no es esa la causa principal que me hace parecer que estoy triste; y de los muchos ofrecimientos que vuestra excelencia me hace, solamente acepto y escojo el de la voluntad con que se me hacen, y en lo demás suplico á vuestra excelencia que dentro de mi aposento consienta y permita que yo solo sea el que me sirva.

—En verdad, dijo la duquesa, señor don Quijote, que no ha de ser así, que le han de servir cuatro doncellas de las mías, hermosas como unas flores.

—Para mí, dijo don Quijote, no serán ellas como flores, sino como espinas que me puncen el alma.

Así entrarán ellas en mi aposento, ni cosa que lo parezca, como volar. Si es que vuestra grandeza quiere llevar adelante el hacerme merced sin yo