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170— —Eso Dios lo puede remediar, respondió Sancho, porque sé más refranes que un libro, y vienense tantos juntos á la boca cuando hablo, que riñen por salir unos con otros, pero la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan á pelo; más yo tendré cuenta de aquí en adelante de decir los que convengan á la gravedad de mi cargo, que en casa llena presto se guisa la cena, y quien destaja no baraja, y á buen salvo está el que repica, y el dar y el tener, seso ha menester.

—Eso sí, Sancho, dijo don Quijote, encaja, ensarta, enhila refranes que nadie te va á la mano:

castígame mi madre y yo trompójeles. Estóite dieiendo que escuses refranes, y en un instante has echado aquí una letanía dellos, que así cuadran con lo que vamos tratando, como por los cerros de Ubeda. Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído á propósito; pero cargar y ensartar refranes á trochemoche, hace la plática desmayada y baja.

Cuando subieres á caballo no vayas echando el cuerpo sobre el arzón postrero, ni lleves las piernas tiesas y tiradas y desviadas de la barriga del caballo, ni tampoco vayas tan flojo que parezca que vas sobre el rucio; que el andar á caballo, á unos hace caballeros, á otros caballerías.

Sea moderado tu sueño, que el que no madruga con el sol, no goza del día: y advierte, oh, Sancho, que la diligencia es madre de la buena ventura, y la pereza su contraria jamás llegó al término que pide un buen deseo.

Este último consejo que ahora darte quiero, (puesto que no sirva para adorno del cuerpo) quiero que le lleves muy en la memoria, que creo que no te será de menos provecho que los que hasta aquí