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gaso; ni como el del Magno Alejandro, llamado Bucéfalo; ni como el del furioso Orlando, cuyo nombre fué Brilladoro; ni menos Bayarte, que fué el de Reinaldos de Montalván; ni Frontino como el de Rugero; ni Bootes, ni Peritoa, como dicen que se llaman los del sol; ni tampoco se llama Orelia, como el caballo en que el desdichado Rodrigo, último rey de los godos, entró en la batalla donde perdió la vida y el reino.

—Yo apostaré, dijo Sancho, que pues no le han dado ninguno desos famosos nombres de caballos tan conocidos, que tampoco le habrán dado el de mi amo, Rocinante, que en ser propio excede á todos los que se han nombrado.

—Así es, respondió la barbada condesa; pero, todavía le cuadra mucho, porque se llama Clavileño el Alíjero, cuyo nombre conviene con el ser de leño, y con la clavija que trae en la frente, y con la lijereza con que camina, y así en cuanto al nombre bien puede competir con el famoso Rocinante.

—No me descontenta el nombre, replicó Sancho; pero ¿con qué freno ó con qué jáquima se gobierna?

—Ya he dicho, respondió la Trifaldi, que con la clavija, que volviéndola á una parte ó á otra el caballero que va encima, le hace caminar como quiere, ó ya por los aires, ó ya rastreando y casi barriendo la tierra, ó por el medio, que es el que se busca y se ha de tener en todas las acciones bien ordenadas.

—Ya lo querría ver, respondió Sancho; pero pensar que tengo de subir en él, ni en la silla ni en las ancas, es pedir peras al olmo. Bueno es que apenas puedo tenerme en mi rucio, y sobre una