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como aquellos que habían tomado el pulso á la tal aventura, y alababan entre sí la agudeza y disimulación de la Trifaldi, la cual volviéndose á sentar dijo:

—Del famoso reino de Candaya, que cae entre la gran Trapobana y el mar del Sur, dos leguas más allá del Cabo Comorín, fué señora la reina doña Maguncia, viuda del rey Archipiela, su señor y marido, de cuyo matrimonio tuvieron y procrearon á la infanta Antonomasia, heredera del reino, la cual dicha infanta Antonomasia se crió y creció debajo de mi tutela y doctrina, por ser yo la más antigua y la más principal dueña de su madre. Sucedió pues que yendo días y viniendo días, la niña Anto nomasia llegó á edad de catorce años, con tan gran perfección de hermosura, que no la pudo subir más de punto la naturaleza. Pues digamos agora que la discreción era mocosa: así era discreta como bella, y era la más bella del mundo, y lo es, si ya los hados invidiosos y las parcas endurecidas no la han cortado la estambre de la vida; pero no habrán, que no han de permitir los cielos que se haga tanto mal á la tierra, como sería llevarse en agráz el racimo del más hermoso veduño del suelo. De esta hermosura (y no como se debe encarecida de mi torpe lengua) se enamoró un número infinito de príncipes, así naturales como estranjeros, entre los cuales osó levantar los pensamientos al cielo de tanta belleza, un caballero particular que en la corte estaba, confiado en su mocedad y en su bizarría, y en sus muchas habilidades y gracias, y facilidad y felicidad de ingenio; porque hago saber á vuestras grandezas, si no lo tienen por enojo, que tocaba una guitarra que la hacía hablar, y más que era poeta y gran bailarín, y sabía hacer una jaula de