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dos tan á sazón y tan á tiempo cuanto le dé Dios á él la salud, ó á mí si los querría escuchar.

—Los refranes de Sancho Panza, dijo la duquesa, puesto que son más que los del Comendador griego, no por eso són menos de estimar por la brevedad de las sentencias. De mí sé decir que me dan más gusto que otros, aunque sean mejor traídos y con más sazón acomodados.

Con estos y otros entretenidos razonamientos salieron de la tienda al bosque, y en requerir algunas paranzas presto se les pasó el día, y se les vino la noche, y no tan clara ni tan sesga como la sazón del tiempo pedía, que era la mitad del verano: pero un cierto claro escuro que trujo consigo y ayudó mucho la intención de los duques, y así comenzó á anochecer, un poco más adelante del crepúsculo, á deshora pareció que todo el bosque por cuatro partes se ardía, y luego se oyeron por aquí y por allí, por acá y por acullá infinitas cornetas y otros instrumentos de guerra, como de muchas tropas de caballería que por el bosque pasaban. La luz del fuego, el son de los bélicos instrumentos casi cegaron y atronaron los ojos y los oídos de los circunstantes, y aún de todos los que en el bosque estaban. Luego se oyeron infinitos lelilíes al uso de moros cuando entran en las batallas : sonaron trompetas y clarines, retumbaron tambores, resonaron pífaros, casi todos á un tiempo, tan continuo y tan apriesa, que no tuviera sentido el que no quedara sin él al son confuso de tantos instrumentos. Pasmóse el duque, suspendióse la duquesa, admiróse don Quijote, tembló Sancho Panza, y finalmente hasta los mesmos sabidores de la causa se espantaron. Con el temor les cogió el silencio, un postillón que en traje de demonio les pasó por