—284— á su casa. A lo cual dijo Dorotea, que ella haria la doncella menesterosa mejor que el barbero, y mas que tenia allí vestidos con que hacerlo al natural. Y que la dejassen el cargo de saber representar todo aquello que fuesse menester para llevar adelante su intento, porque ella había leido muchos libros de caballerías, y sabia bien el estilo que tenian las doncellas cuitadas cuando pedian sus dones á los andantes caballeros. Pues no es menester mas, dijo el cura, sino que luego se ponga por obra, que sin duda la buena suerte se mues- tra en favor nuestro, pues tan sin pensarlo, á vosotros, señores, se os ha comenzado á abrir puerta para vues- tro remedio, y á nosotros se nos ha facilitado la que habíamos menester. Sacó luego Dorotea de su almoha- da una saya entera de cierta telilla rica y una mantelli- na de otra vistosa tela verde, y de una cajita un collar y otras joyas, con que en un instante volvió adornada, de manera, que una rica y gran señora parecía. Todo aquello, y mas, dijo que había sacado de su casa para lo que se ofreciesse, y que hasta entonces no se le había ofrecido ocasión de habello menester. A todos contentó en extremo su mucha gracia, donaire y hermosura, y confirmaron á don Fernando por de poco conocimien- to, pues tanta belleza desechaba. Pero el que después mas se admiró fué Sancho Panza, por parecerle (como era assí verdad) que en todos los días de su vida había visto tan hermosa criatura; y assí preguntó al cura con grande ahinco le dijesse quién era aquella tan fermosa señora, y qué era lo que buscaba por aquellos andu- rriales. Esta hermosa señora, respondió el cura, Sancho hermano, es como quien no dice nada, es la heredera por línea recta de varón, del gran reino de Micomicon, la cual viene en busca de vuestro amo á pedirle un don, el cual es, que le desfaga un tuerto ó agravio que un mal gigante le tiene fecho; y á la fama que de buen
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