era muy pacifico, el qual viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan deſiguales, como eran la brida, lança, adarga, y coſelete no eſtuuo en nada en acompañar a las donzellas en las mueſtras de ſu contento. Mas en efeto, temiendo la maquina de tantos pertrechos, determinò de hablarle comedidamente, y aſsi le dixo: Si vueſtra merced, ſeñor cauallero, buſca poſada, amen del lecho (porque en eſta venta no ay ninguno) todo lo demas ſe hallará en ella en mucha abundancia: Viendo don Quixote la humildad del Alcayde de la fortaleza (que tal le parecio a el el ventero, y la venta) respondio: Para mi ſeñor Caſtellano, qualquiera coſa baſta, porque mis arreos ſon las armas, mi deſcanſo el pelear, &c. Penſò el hueſped, que el auerle llamado Caſtellano, auia ſido por auerle parecido de los ſanos de Caſtilla, aunque el era Andaluz, y de los de la playa de Sanlucar, no menos ladron que Caco, ni menos maleante que eſtudiante, o page, y aſsi le reſpondio: Segun eſſo, las camas de vueſtra merced ſeràn duras peñas, y ſu dormir ſiempre velar: y ſiendo aſsi, bien ſe puede apear, con ſeguridad de hallar en eſta choça ocaſion, y ocaſiones para no dormir en todo vn año, quanto mas en vna noche. Y diziendo eſto, fue a tener del eſtribo a don Quixote, el qual ſe apeò con mucha dificultad, y trabajo (como aquel que en todo aquel dia no ſe auia deſayunado). Dixo luego al hueſped, que le tuuieſſe mucho cuydado de ſu cauallo, porque era la mejor pieça que comia pan en el mundo. Mirole el ventero, y no le parecio tan bueno como don Quixote dezia, ni aun la mitad: y acomodandole en la caualleriza, boluio a ver lo que ſu hueſped mandaua, al qual eſtauan deſarmando las donzellas (que ya ſe auian reconciliado con el) las quales, aunque le auian quitado el peto, y el eſpaldar, jamas
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Quixote de la Mancha.