Página:El hombre mediocre (1913).pdf/90

Esta página no ha sido corregida
88
José Ingenieros

son raros; comparados con los falsos modestos, son como los tréboles de cuatro hojas. Fracasados hay que se creen genios no comprendidos y se resignan á ser modestos para no estorbar á la mediocracia que puede hacerlos funcionarios; y son mediocres, lo mismo que los otros, con más la cataplasma de la modestia sobre las úlceras de su mediocridad. En ellos, como sentenció La Bruyère, «la falsa modestia es el último refinamiento de la vanidad.» La mentira de Tartarín es ridícula; pero la de Tartufo es ignominiosa.

Adoran el sentido común, sin saber de seguro en qué consiste; confúndenlo con el buen sentido, que es su antítesis. Dudan cuando los demás resuelven dudar y son eclécticos cuando los otros lo son: llaman eclecticismo al sistema de los que, no atreviéndose á tener ninguna opinión, se apropian de todas un poco y creen así estar á cubierto de las más inesperadas contingencias. Temerosos de pensar, como si fincase en ello el pecado mayor de los siete capitales, pierden la aptitud para todo juicio; cuando un mediocre llega á juez, aunque comprenda que su deber es hacer justicia, se esclaviza á las rutinas del sistema y cumple con su oficio: no hacerla nunca y embrollarla con frecuencia. El temor de la exageración lo lleva á simpatizar con la apatía y la indiferencia; bueno es desconfiar del hipócrita que elogia todo y del fracasado que todo lo encuentra detestable; pero es cien veces menos estimable el hombre incapaz de un sí y de un no, el que vacila para admirar lo digno