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El hombre mediocre

existencia de hombres cuya cabeza es un simple adorno del cuerpo.

Viven de una vida que es no vivir. Crecen y mueren como las plantas. Exentos del trabajo de pensar por sí propios, no necesitan ser curiosos ni observadores. Son prudentes, por definición, de una prudencia desesperante. Si uno de ellos pasara junto al campanario inclinado de Pisa, se alejaría de él, temiendo ser aplastado. El hombre original es imprudente y se detiene á contemplarlo. Un genio suele ir más lejos: trepa al campanario, observa, medita, ensaya, hasta descubrir las leyes más altas de la física. Galileo.

Si la humanidad hubiera contado solamente con ellos, nuestros conocimientos no excederían de los que tuvo el ancestral «hominidio» en las primitivas pampas americanas. La cultura es el fruto de la curiosidad, de esa inquietud misteriosa que invita á mirar el fondo de todos los abismos. El pavo no es curioso; nunca interroga á la naturaleza. Observa Ardigó que las personas vulgares pasan la vida entera viendo la luna en su sitio, arriba, sin preguntarse por qué está siempre allí, sin caerse; más bien creerán que el preguntárselo no es propio de un hombre cuerdo. Dirán que está allí porque es su sitio y encontrarán extraño que se busque la explicación de cosa tan natural. Sólo el hombre que cometa la incorrección de oponerse al sentido común, es decir, un original ó un genio—que en esto se parecen—, puede formular la pregunta sacrílega: ¿por qué la luna está allí y no se