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José Ingenieros

sentido común desbocado, sin el freno del buen sentido.

Son prosaicos. No tienen afán de perfección: la ausencia de ideales impídeles poner en sus actos el grano de sal que poetiza la vida. Satúrales esa humana tontería que obsesionaba á Flaubert, insoportablemente. La ha descrito en muchos personajes, tanta parte tiene en la vida real. Homais y Bournisieu son sus prototipos; es imposible juzgar si es más tonto el racionalismo acometivo del boticario librepensador ó la casuística untuosa del eclesiástico profesional. Por eso los hizo felices, de acuerdo con su doctrina: «Ser tonto, egoísta y tener una buena salud, he ahí las tres condiciones para ser feliz. Pero si os falta la primera todo está perdido».

Sancho Panza es la encarnación perfecta de esa vulgaridad humana: resume en su persona las más conspicuas proporciones de tontería, egoísmo y salud. En hora para él fatídica llega á maltratar á su amo, en una escena que á todas luces simboliza el desbordamiento villano de la mediocridad sobre el idealismo. Horroriza pensar que escritores españoles, creyendo mitigar con ello los estragos de la quijotería, hanse tornado apologistas del grosero Panza, oponiendo su bastardo sentido práctico á los quiméricos ensueños del caballero; hubo quien lo encontró cordial, fiel, crédulo, iluso, en grado que lo hiciera un símbolo ejemplar de pueblos. ¿Cómo no distinguir que el uno tiene ideales y el otro apetitos, el uno dignidad y el otro servi