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José Ingenieros

ma, parécenles instrumentos del mal, en cuanto desarticulan los resortes de sus errores: como en los salvajes, en los niños y en las clases incultas.

Acostumbrados á copiar escrupulosamente los prejuicios del medio en que viven, aceptan sin contralor las ideas destiladas en el laboratorio social: como ciertos enfermos de estómago inservible se alimentan con substancias ya digeridas en los frascos de las farmacias. Su impotencia para asimilar ideas nuevas los constriñe á frecuentar las antiguas. La Rutina, síntesis de todos los renunciamientos, es el hábito de renunciar á pensar. En los rutinarios todo es menor esfuerzo; la acidia aherrumbra su inteligencia. Cada hábito es un riesgo; la familiaridad aviene á las cosas detestables y á las personas indignas. Los actos que al principio provocaban pudor, acaban por parecer naturales; la retina percibe los tonos violentos como simples matices, el oído escucha las mentiras con igual respeto que las verdades, el corazón aprende á no agitarse por torpes acciones.

Los prejuicios son creencias anteriores á la observación; los juicios, exactos ó erróneos, son consecutivos á ella. Todos los individuos poseen hábitos mentales; los conocimientos adquiridos facilitan los venideros y marcan su rumbo. En cierta medida nadie puede sustraérseles. No son prerrogativa de los hombres mediocres; pero en ellos representan siempre una pasiva obsecuencia al error ajeno. Los hábitos adquiridos por los