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José Ingenieros

chos cerebros torpes se envanecen de su testarudez, confundiendo esa cualidad mediocre con la firmeza, que es don de pocos elegidos; los bribones se jactan de su bigardía y desvergüenza, equivocándolas con el ingenio; los serviles y los parapocos pavonéanse de honestos, como si la incapacidad del mal pudiera en caso alguno confundirse con la virtud. Prescindiendo, pues, de la buena opinión que todo mediocre tiene de sí mismo, estudiaremos la mediocridad objetivamente, en sus aspectos fundamentales.

Ningún hombre es excepcional en todas sus aptitudes; pero son mediocres, á carta cabal, los que no descuellan en ninguna.

Solicitan nuestra curiosidad por el solo hecho de rodearnos. Aunque aisladamente no merezcan atención, en conjunto son instructivos.

Desfilan bajo nuestro lente como simples casos de historia natural, con tanto derecho como los genios y los imbéciles. Existen: hay que estudiarlos. El moralista dirá si la mediocridad es buena ó mala; al psicólogo le es indiferente: observa los caracteres, los describe, los compara y los clasifica, de igual manera que otros naturalistas observan fósiles ó mariposas.

Su existencia es necesaria. En todo lo que presenta grados hay mediocridad; en la escala de la inteligencia humana el hombre mediocre es el claro-obscuro entre el talento y la estulticie. No diremos, por eso, que toda mediocridad es loable. Horacio no dijo «áurea mediocritas» en el sentido