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El hombre mediocre

bajo su ironía. Mientras el hombre sin ideales ríndese en la primera escaramuza, el genio se apodera del obstáculo, lo provoca, lo cultiva, como si en él pusiera su orgullo y su gloria: con igual vehemencia la llama acosa al objeto que la obstruye, hasta encenderlo para agrandarse á sí misma.

La fe es la antítesis del fanatismo. La firmeza del genio es una suprema dignidad del propio Ideal; la falta de creencias sólidamente cimentadas convierte al mediocre en fanático. La fe se confirma en el choque con las opiniones contrarias; el fanatismo teme vacilar ante ellas é intenta ahogarlas. Mientras agonizan sus viejas creencias, Saúlo persigue á los cristianos, con saña proporcionada á su fanatismo; pero cuando el nuevo credo se afirma en Pablo, la fe le alienta, infinita: enseña y no persigue, discute y no amordaza. Muere él por su fe, pero no mata; fanático, habría vivido para matar. La fe es tolerante: es un misticismo que respeta las creencias propias en las ajenas. Es simple confianza en un Ideal y en la suficiencia de las propias fuerzas; los hombres de genio se mantienen creyentes y firmes en sus doctrinas, mejor que si éstas fueran dogmas ó mandamientos. Permanecen libres de las supersticiones vulgares y con frecuencia las combaten: por eso los fanáticos les suponen incrédulos, confundiendo su horror á la común mentira con falta de entusiasmo por el propio Ideal. Todas las religiones reveladas fueron ajenas á Sarmiento y Ameghino: sabían que nada hay más extraño á la fe que el fa