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El hombre mediocre

supremas lumbreras si por la simple incongruencia se calificara al genio. Para señalar el punto de intersección entre dos teorías, dos creencias, dos épocas ó dos generaciones, requiérese un supremo equilibrio. En las pequeñas contingencias de la vida ordinaria, el hombre vulgar puede ser más astuto y más hábil; pero en las grandes horas de la evolución intelectual y social todo debe esperarse del genio. Y solamente de él.

Sería absurdo decir que la genialidad es infalible, no existiendo verdades absolutas; cien rectificaciones podrán hacerse en la obra de Ameghino. Los genios pueden equivocarse, suelen equivocarse, conviene que se equivoquen. Sus creaciones falsas resultan utilísimas por las correcciones que provocan, las investigaciones que estimulan, las pasiones que encienden, las inercias que conmueven. Los hombres mediocres se equivocan de vulgar manera; el genio, aun cuando se desploma, enciende una chispa, y en su fugaz alumbramiento se entrevé alguna cosa ó verdad no sospechada antes. No es menos grande Platón por sus errores, ni lo son por ellos César, Shakespeare ó Kant. En los genios que se equivocan hay una viril firmeza que los impone al respeto de todos. Mientras los contemporizadores ambiguos no despiertan grandes admiraciones, los hombres firmes obligan el homenaje de sus propios adversarios. Hay más valor moral en creer firmemente un error, que en aceptar tibiamente una verdad.