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José Ingenieros

tal, á pesar de todos los contrastes. El que se detiene prueba impotencia para marchar. Algunas veces el hombre genial vacila y se interroga ansiosamente sobre su propio destino: cuando muerden su talón los envidiosos ó cuando le adulan los hipócritas. Pero en dos circunstancias se ilumina ó se desencadena: en la hora de la inspiración y en la hora de la diatriba. Cuando descubre una verdad parece que en sus pupilas brillara una luz eterna; cuando amonesta á los envilecidos diríase que refulge en su frente la soberanía de una generación.

Firme y serena voluntad necesitó Ameghino para cumplir su función genial. Pero nada puede crearse sin materia y sin energía: sin saberlo y sin quererlo nadie crea cosas que valgan ó duren. La imaginación no basta para dar vida á la obra: la voluntad la engendra. En este sentido—y en ningún otro—el desarrollo de la aptitud nativa requiere «una larga paciencia» para que el ingenio se convierta en talento ó se encumbre en genialidad. Por eso los hombres excepcionales tienen un valor moral y son algo más que objetos de curiosidad: «merecen» la admiración que se les profesa. Si su aptitud es un don de la naturaleza, desarrollarla implica un esfuerzo ejemplar. Por más que sus gérmenes sean instintivos é inconscientes, las obras no se hacen solas. El tiempo es el aliado del genio; el trabajo completa las iniciativas de la inspiración. Los que han sentido el esfuerzo de crear saben lo que cuesta. Determinado el Ideal,