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José Ingenieros

III.—El genio revelador: Ameghino.

Sabio y filósofo, Ameghino fué pupila que supo ver en la noche, antes de que amaneciera para todos. Creó: fué su misión. Lo mismo que Sarmiento, llegó en su clima y á su hora. Por singular coincidencia ambos fueron maestros de escuela, autodidactas, sin título universitario, formados fuera de la urbe metropolitana, en contacto inmediato con la naturaleza, ajenos á todos los alambicamientos exteriores de la mentira mundana, con las manos libres, la cabeza libre, el corazón libre, las alas libres. Diríase que el genio florece mejor en las montañas solitarias, acariciado por las tormentas, que son su atmósfera natural; se agosta en los invernáculos del Estado, en sus universidades domesticadas, en sus laboratorios bien rentados, en sus academias fósiles y en su funcionarismo jerárquico. Fáltale allí el aire libre y la plena luz que sólo da la naturaleza: el encebadamiento precoz enmohece los resortes de la imaginación creadora y despunta las mejores originalidades. El genio nunca ha sido una institución oficial.

Su vasta obra, en nuestro continente y en nuestra época, tiene caracteres de fenómeno natural. ¿Por qué un hombre, en Luján, da en juntar huesos de fósiles y los baraja entre sus dedos, como un naipe compuesto con millares de siglos, y acaba por arrancar á esos mudos testigos la historia de la tierra, de la vida, del hombre, como