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El hombre mediocre

sus cualidades y defectos; un Panza los excluye de su ínsula, usando á los que se domestican, es decir, á los peores como carácter y moralidad. Siempre son injustos los mediócratas: escuchan al servil sin interrogar al digno. Nunca piden favor los que merecen justicia. Ni lo aceptan. Encuentran natural que los pravos prefieran á sus similares, como dice el publicista. «La torpeza del burgués, mortificado por la natural soberbia de la superioridad, busca consagrar á su igual, cuyo acceso le es fácil y en cuya psicología encuentra los medios de ser satisfecho y comprendido.» Hora llega en que las injusticias se pagan con formidables intereses compuestos, irremisiblemente. Hechas á uno sólo, amenazan á todos los mejores; dejarlas impunes significa hacerse su cómplice. Pronto ó tarde se saldan sus trabacuentas, aunque sus errores no se finiquiten jamás; los arquetipos de las mediocracias aprenden en carne propia que por un clavo se pierde una herradura. Como á Midas el divino Apolo, los dignos castiganlos con la perennidad de su palabra: si dicen verdad ella dura en el tiempo. Ésa es su espada; rara vez la sacan, pues pronto se gasta un arma que se desenvaina con frecuencia: si lo hacen va recta al corazón, como la del romance famoso.

Y el rencor de los lacayos evidencia la seguridad de la punta que toca al amo.

Para ser completos, son sensibles á todos los fanatismos. Los más rezan con los mismos labios que usan para mentir, como Tartufo; inseguros