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El hombre mediocre

cráticos, prosperan esos pavorreales apampanados, tensos por la vanidad: un travieso los desinflaría si los pinchase al pasar, descubriendo la nada absoluta que retoza en su interior. Vacuo no significa alígero; nunca fué la tontería cartabón de santidad. Sin sangre de hienas, que han menester los tiranos, tampoco tiénenla de águilas, propia de iluminados; corre en sus venas una linfa tontivana, propia en estirpe de pavos y quintaesenciada en el real, simbólica ave que suma candorosamente la zoncería y la fatuidad. Son termómetros morales de ciertas épocas: cuando la mediocridad incuba pollipavos no tienen atmósfera los aguiluchos. El memo llega á parecer omniscio y adquiere los ornamentos necesarios para advenir al poder: entrégase á ejercitarlo como un tartamudo á quien confiaran la declamación de un poema.

La resignada mansedumbre explica ciertas culminaciones mediocráticas: el porvenir de algunos arquetipos estriba en ser admirados en contra de alguien. Huyen para agrandarse. Con muchos lustros de andar á la birlonga no borran sus culpas; en su paso descúbrese una inveterada pusilanimidad que rehuye escaramuzas con enemigos que le han humillado hasta sangrar. No hay virtud sin gallardía; no la demuestra quien esquiva con temblorosos alejamientos la batalla por tantos años ofrecida á su dignidad. Ese acoquinamiento no es, por cierto, el clásico valor gauchesco de los coroneles americanos, ni se parece al gesto del león agazapado para pegar mejor el salto. Ellos vaga