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José Ingenieros

las mejillas pueden reclamar su parte en la común vergüenza. Las oligarquías mediocráticas ofrecen á diario el espectáculo. Un distinguido publicista, que vive sus intimidades,—J. M. Ramos Mexía—lo describe en imprudente agua fuerte: «La causa de la persistente notoriedad y del relativo éxito que, en la vida, suelen tener ciertos grupos de mediocres, consiste en propiedades de fácil articulación de los unos con los otros, resultando una firmeza de columna vertebral y constituyendo verdaderos mecanismos de nutrición colectiva. Así asociados, y á pesar de su inferioridad mental, no necesitan de ningún aparato de perfeccionamiento para adquirir el sentido de las conveniencias vitales.»

Viven durante años en acecho; escúdanse en rencores políticos ó en prestigios mundanos, echándolos como agraz en el ojo á los inexpertos. Mientras yacen aletargados por irredimibles ineptitudes, simúlanse proscritos por misteriosos méritos. Claman contra los abusos del Poder, aspirando á cometerlos en beneficio propio. En la mala racha, los facciosos siguen oropelándose mutuamente, sin que la resignación al ayuno disminuya la magnitud de sus apetitos. Esperan su turno, mansos bajo el torniquete. Se repiten la máxima de De Maistre: «Savoir attendre est le grand moyen de parvenir», glosada como virtud suprema de los arquetipos: el «don de espera», que los expone á alelarse en una vejez almibarada.

La paciente expectativa converge á la culmina